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Fernando Baudín Junco, médico.

Santander, 21 de abril de 2009

Fernando Baudín Junco, médico. «»

Querido Fernando, el 4 de marzo, te llamó el Señor, a disfrutar, a su lado, de la heredad merecida del Paraíso. Nos dejas tristes, mas con fe y esperanza en la resurrección.

Sin más demora, me siento instado, por entrañable amistad y cariño a ti y a los tuyos a escribir estas líneas en homenaje a tu sobresaliente personalidad.

De raíces asturianas, cántabro por mérito, de joven doctor integrado en la famosa y añorada Botica Socorro de Santander, tu primer servicio nocturno fue a mi madre, te llevé a su casa, cargado con maletín médico y un gran corazón de amor y voluntad. Toda su vida fue tu paciente, como los cientos de ellos que pasaban por tus consultas. Como muchedumbre en tu funeral. Gracias Fernando por tu entrega al prójimo. Gracias Dios por habérnosle dado. Aún fuera de responsabilidad directa, ibas incluso, al hospital a informarte por el proceso de tus pacientes, para ti amigos. Lo hiciste con mi padre. Gracias.

Recibías y despedías con inolvidables cariñosos abrazos, transmitiendo confianza y esperanza de salud. Tu presencia reconfortaba, a causa del proceso inexorable de la vida y la muerte, en no deseadas ocasiones debías dar tristes diagnósticos causantes de penas y lágrimas, que me traen a la mente las palabras del poeta:

¡Qué días y qué noches! ¡con cuanta lentitud las horas ruedan por encima del alma que está sola, llorando en las tinieblas!.

Curaste a muchos otros, pero no pudiste con tu enfermedad, porque lo tuyo no eras tú, lo tuyo eran tus pacientes.

Apenas disfrutaste de vacaciones, que aunque muy merecidas, siempre posponías por cumplir, sin pausa, tu entrega a los necesitados de salud, en tu misión hipocrática sagrada. Medio siglo de trabajo con acertado tino en los diagnósticos, casado con Paz Gómez-Ullate, extensa familia de profesionales Cántabros de las medicina, muy conocidos y apreciados.

Con permiso de este querido DIARIO MONTAÑÉS, deseo hacer extensivo este homenaje, de entrega por el bien del prójimo, a todos los profesionales de la medicina, muy especialmente al médico de cabecera, verdadero sacerdote del cuerpo, que acudía a casa del enfermo y sentado en el borde de su cama, escuchaba, con paciencia y bondad, las penas del doliente. Qué bellas escenas de relaciones humanas, ahora ya añoradas.

Mi médico y amigo Fernando, descansa, todas las vacaciones perdidas, en la paz de Dios y ruégale por nosotros.

Nuestras mas sentidas condolencias a tu esposa Pacita, tus hijos Mª. Paz, Fernando, María y Jimena, a toda la familia, pacientes y amigos y a tu fiel secretaria Lucía.