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José Raúl Vega de la Torre

Santander, 7 de mayo de 2008

José Raúl Vega de la Torre

Amigo y compañero, nos has dejado sumidos totalmente en la tristeza, la que siempre acompaña a las despedidas definitivas, esas que nos van arrebatando poco a poco los afectos que habían ido caldeando la fría dureza de nuestras vidas.

Todos los que te quisimos sólo podemos ya recordarte , con un deseo engañoso de prolongar tu existencia. Son muchas las remembranzas en una amistad tan vieja: excavaciones en las ruinas romanas de Camesa Rebolledo, en ese valle inefable de Valdeolea; las noches castellanas de Carrión de los Condes, contemplando, al lado mismo del famoso friso románico, el poderoso misterio de las constelaciones; la emoción que siempre sentiste, con tu «tribu» inolvidable, en los peñascales de Hoyo Sacro, en nuestros montes campurrianos... ¿Cuántos momentos que ya no podremos repetir! Tu vida ha sido corta, segada por una cruel enfermedad, que sufriste con una entereza de cristiano viejo, pero muy bien aprovechada por las publicaciones que sobre la arqueología de Cantabria nos dejas. Todos tus compañeros del Instituto de Prehistoria y Arqueología Sautuola, en cuyo nombre te ofrezco estas líneas de despedida, están llorando tu muerte. Y ellas han de servir también para testimoniar a tu madre, mujer, hijos y hermanos nuestro más sentido pésame. Mi adiós más íntimo quiero terminarle con unos versos de Antonio Machado, que estoy seguro que podrían haber sido tus últimas palabras hacia nosotros:

«Sed buenos y no más, sed lo que he sido

entre vosotros: alma

Vivid, la vida sigue, Los muertos mueren y las sombras pasan;

Lleva quien deja y vive el que ha vivido,

¿Yunques, sonad; enmudeced, campanas!