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Juan Manuel Poo Gómez, in memoria

Reocín, 28 de enero de 2009

Juan Manuel Poo Gómez, in memoria

Nunca podré olvidar esa mañana del 7 de enero, sentado frente a mí, hablándome de lo que ibas a hacer al día siguiente, de las obligaciones que cumplir, de objetivos a realizar a corto plazo, de cómo había despertado este 2009. Ninguno de los dos sabíamos en aquél momento, que para ti no habría otra mañana de este duro invierno, que no verías un nuevo amanecer desde el balcón de tú casa de Trasvía, que no habría otra salida por el Remanse, en tu barca, a pescar calamares o que no volverías a cabalgar en tú moto enfundado en ese casco oscuro proyectando aquella imagen de caballero del futuro, que no tendrías otros ratos para estar con los tuyos, con tus hijos..., con tu mujer..., con tu madre..., tus hermanos.., o con tus amigos... Esa noche tú corazón de hombre recio, de hombre fuerte y sobre todo de hombre bueno, se paró..., se paró de repente, casi sin avisar. Esa noche nos obligaste a todos, a enfrentarnos a este dolor tan desconocido, con serenidad... Nos dejaste huérfanos para siempre de tu presencia, nos dejaste mudos a todos los que te queremos, a todos los que compartimos en mayor o menor medida tu tiempo, tus ilusiones, tus sacrificios, tus esfuerzos de cada día por abrirte paso en esta selva de contrastes que es la vida, nos dejaste a solas con tu recuerdo.

He tenido que dejar pasar varios días para poder decirte algo; siento, como todos, estoy seguro, una profunda pena, tan profunda como la mar que adorabas; nunca vi a tantos sentir una pérdida de igual manera, ni esperar con tanto silencio y respeto un cortejo fúnebre ante un acto religioso o no, -el mismo respeto que siempre acompañaba tus relaciones personales-. Nunca te faltó regalarnos una sonrisa, un saludo, una palabra amable, una mirada de complicidad o un «diagnostico» mecánico acertado. Es lástima que estas manifestaciones de aprecio casi siempre sean póstumas..., aunque nunca es tarde, deberíamos aprender a ejercitar el reconocimiento, cuándo todavía nos podemos mirar a los ojos.

Tuviste una despedida sorprendente: el día amaneció soleado, el cielo despejado, azul intenso, al fondo los Picos nevados, la ría en baja y subiendo; tuviste gaiteros, no cien como era tu deseo, pero cientos de notas saliendo de sus roncones te acompañaron desde la iglesia hasta la mar, entre sollozos y silencios, entre pétalos y barro, entre murmullos y pasos... para que desde la piedra del Águila la brisa marina te diera su último abrazo dejándote caer suavemente sobre la roca húmeda del Remanse de tu querido Trasvía... ¡Adiós..., amigo... ¡.