Un ser humano que deja huella
Santander, 17 de agosto de 2011
Miguel Torre Fernández, prestigioso abogado cántabro, falleció en Santander, el pasado día 13 de agosto, a los 55 años de edad, víctima de una enfermedad que le sobrevino hace unos meses y que no pudo vencer, a pesar de sus ganas de vivir y de los esfuerzos de la ciencia médica. Su muerte ha producido en Cantabria, donde el ilustre abogado era muy querido y reconocido, un hondo pesar, especialmente en el mundo del Derecho, así como entre sus numerosas amistades y conocidos.
La personalidad de Miguel Torre se contemplaba con una riqueza espiritual y humana fuera de la común. Podríamos afirmar, sin temor a exagerar, que fue una buena persona. Un hombre de profundas convicciones religiosas, un católico coherente y comprometido con los más necesitados. Una persona sencilla, humilde, prudente, afable, generosa, solidaria y, por ende, de una gran bonhomía. Fue un hijo, esposo y padre ejemplar. En definitiva, fue un ser humano que con su testimonio de vida deja huella.
Tras licenciarse en Derecho por la Universidad de Navarra, inició el ejercicio profesional de la abogacía el día 7 de enero de 1981, siendo pasante del finado y excelso maestro don Benito Huerta. Fue vocal de la Junta de Gobierno del Colegio de Abogados de Cantabria durante cinco años: 1991-1996. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica de Cantabria. Y ponente de varios cursos y jornadas sobre Derecho, impartidos a los compañeros más jóvenes. Como abogado buscó siempre la Justicia por el camino de la sinceridad y sin otras armas que las de su saber. Procuró la Paz como el mejor de los triunfos. De ahí, que tanto sus compañeros, como Jueces y Magistrados le tuviesen en la más alta estima y consideración. A lo largo de su vida profesional durante treinta años dirigió miles de litigios, algunos de ellos de gran enjundia e importancia.
El pasado lunes, en la iglesia parroquial de San Joaquín de Campogiro, cuyo templo se hallaba abarrotado de fieles, donde se mezclaban los sentimientos de tristeza por su ausencia y la celebración jubilosa por la muy especial presencia que tuvo Miguel Torre en nuestras vidas, se celebró una emotiva y significativa eucaristía por su eterno descanso. El sacerdote oficiante, don Eduardo Ibáñez, en una muy sentida homilía ensalzó la rica personalidad espiritual de Miguel Torre, como miembro activo de la Comunidad cristiana que había sido, calificándola de ejemplar y lamentando su pérdida, aunque con la esperanza en la resurrección. También tres de sus hijos y otros amigos de Miguel Torre pronunciaron unas emocionadas palabras llenas de cariño y sentimiento hacia el ser querido que, silencionsamente, tal como vivió, ha partido hacia la casa del Padre.
Desde estas líneas compartimos el dolor que en estos momentos pesa sobre su afligida y muy querida familia; de sus compañeros de Despacho; así como de las personas más allegadas de nuestro querido e inolvidable amigo, que se nos ha ido cuando más falta hacen personas como él, dispuestas a todo por nada. Su ausencia se nota. Gracias Miguel por tu amistad. Descansa en paz, buen amigo.