Alejandro Ortega Pérez
Santander, 18 de octubre de 2007
Dicen que cuando te casas, además de una esposa ganas una familia. En mi caso puedo corroborar este dicho. Así fue como conocí a Jandro, y así fue como, de la noche a la mañana, se convirtió en mi tío.
Jandro, el hijo de Pascasio el de Villar, era una persona conocida en todo el Valle de Campoo y él conocía perfectamente todo el Valle. No me refiero a los pueblos, o las carreteras, sino las brañas, las peñas, los regatos, las sendas, las pistas Todo tenía nombre y apellidos. Era un enamorado de su tierra y mucha gente aprendimos Geografía campurriana con él.
No voy a decir que Jandro fuera una persona buena ahora que nos ha dejado, pero sí diré que a mí me hacía reir y eso en los tiempos que corren ya es mucho. Era una persona de carácter; una persona que dejaba su impronta al conocerle. Era de conversación amena, llena de anécdotas personales y de gentes del Valle, y con un acento cerrado de su tierra. En más de una ocasión tuve que recurrir al diccionario para encontrar el significado de alguna de sus expresiones, por lo que también se convirtió en mi maestro de Lengua.
Generoso conmigo hasta el extremo, en lo material e inmaterial, me dedicó hasta su tiempo, su bien más preciado ahora que ya no está. De la noche a la mañana se convirtió en mi tío y de la mañana a la noche dejó de serlo. Cuando nadie nos lo esperábamos él se fue. Siempre era así, inquieto, sin parar un momento Él llegaba y se iba cuando le parecía y parece que tampoco esta vez quiso esperar.
Algún día de éstos mi hijo nos preguntará por Jandro. Creo que le contaré que se ha ido al cielo para atropar las nubes y evitar así que choquen y produzcan los truenos que tanto le asustan. Eso le diré.
Si su marcha a mí me deja un vacío, puedo tratar de imaginar lo que será para Matilde, para sus hermanos, para sus amigos y para sus sobrinos de verdad.
Gracias Jandro. Descansa en Paz.
Fernando García-Barredo Pérez