En memoria de Serafín Flor
Torrelavega, 30 de abril de 2008
Me enteré de la noticia de madrugada, por el DM: Serafín ha fallecido: el primero de mis amigos montañeses ya está en el descanso eterno. Pese a las dificultades que me rodean en este momento, pude asistir a la despedida eucarística.
Han sido 57 años de amistad, desde aquella primavera de 1951 en que nos conocimos. Teníamos mucho en común: edad, profesión, sentimientos, algunas aficiones; rápidamente se estableció entre nosotros una simbiosis que fue alargándose en el tiempo. Juntos, esbozamos el proyecto de creación de un Colegio Profesional para Santander (el hoy Colegio de Ingenieros Técnicos Agrícolas de Cantabria) apoyados por otros seis colegas, del que Serafín fue su primer Secretario largos años.
Con inquietudes paralelas, abordamos en equipo la elaboración del catastro de rústica de buena parte del Ayuntamiento de Valderredible. Luego, mi derrotero profesional se fue para otras tierras y Serafín se encargó de mis asuntos, incluso económicos, en La Montaña . Me casé primero y él dos años después; así conocí a Mª Ángeles su esposa, que le ha precedido en la despedida terrenal.
Mientras tanto hizo las oposiciones "del Estado" y las de Extensión Agraria, siendo su primer destino la primera agencia instaurada en la provincia, Torrelavega. Poco después se instaló en el Catastro de Rústica hasta su jubilación.
De inquietudes parecidas, desarrollamos la divulgación agraria escrita en "El Campo en la Montaña" de este periódico, hasta su traslado a las actuales instalaciones en La Albericia. Nos poníamos de acuerdo para tratar temas complementarios y así funcionó durante todos aquellos años. Todas las semanas, los miércoles, por la tarde, nos reuníamos dos o tres horas, terminando en el paseo rutinario hasta la calle Moctezuma donde manteníamos una charla con sus directores o redactores.
Estuve junto a él en momentos difíciles, manteniendo sólida nuestra amistad; ni una sola sombra durante tan largo periplo. Incluso hicimos un viaje familiar a mi tierra conociendo el Pirineo desde Roncesvalles y los "sanfermines". Se interesaba por mi larga familia y yo por la suya.
En la eucaristía de despedida, el sacerdote oficiante, su antiguo párroco, hizo una oración certera sobre Serafín y Mª Ángeles, grandes colaboradores en las obras formativas y sociales de la parroquia; y otro de los sacerdotes cooficiantes resaltó su dedicación en misiones extra parroquiales.
Serafín era un hombre íntegro, bueno, entregado, excelente amigo (mi primer amigo en Cantabria) que hizo el bien en todos los entornos en que se movía, vertical y horizontalmente.
Últimamente, ya jubilados, nuestros paseos se alargaban hasta Marina de Cudeyo o Castañeda; de la última visita a éste lugar me llevé como recuerdo el obsequio de una vecina suya, unos tubérculos de calas o "manto de la Virgen" que ahora lucen espléndidas flores blancas, impolutas, y que yo le ofrezco en todo su esplendor.
Para Mª Ángeles y Serafín el recuerdo piadoso y para Olga y José Manuel, Javier y Débora, y Carlos, sus hijos, el consuelo y mi abrazo.