José María López-Alonso, in memoriam
Santander, 11 de julio de 2008
José María López-Alonso Fernández nació en Santander en el año 1921 y tras estudiar el bachillerato y padecer la guerra civil, en la que llegó a tomar parte ya al final, estudió en Madrid Ingeniería Industrial en la escuela de Los Altos del Hipódromo.
Obtuvo el titulo en 1949 y de esta profesión vivió siempre, en un principio en Electra de Viesgo y cuando su espíritu inquieto le empujó a cambiar de trabajo, entró en Bedaux para realizar trabajos de organización industrial, campo en el que llegó a ser una autoridad y donde se mantuvo muchos años, hasta que la empresa le forzaba a marcharse de Santander y la dejó, para quedarse en su tierruca, dedicándose al ejercicio libre de la profesión desde entonces, hasta su jubilación.
Miembro de la Junta de Gobierno del Colegio Oficial de Ingenieros Industriales de Cantabria muchos años, llegó a ser por elección decano del mismo una legislatura.
Deportista no competitivo, amante de la mar, montañero empedernido y gran esquiador, con más de ochenta años seguía practicando todo ello de acuerdo a sus posibilidades físicas. Inculcó a sus seis hijos estas aficiones de forma que han sido autores de hazañas memorables, sobre todo en la mar. Admirador de la naturaleza, era capaz de estar a las cinco de la mañana en El Escudo con Tere, su esposa, que siempre le siguió en esas locadas, para ver un amanecer que prometía por la razón que fuese. Gran aficionado a la música clásica, obtuvo siempre de ella el mejor estado de ánimo.
Cristiano convencido y practicante, toda su vida se apoyó en el soporte de la religión para sobrellevar las dificultades y dio gracias a Dios por las cosas buenas que le alcanzaron, que fueron muchas.
Siempre rebelde y un poco bohemio, mantuvo su independencia contra viento y marea aunque ello le perjudicase no pocas veces. Amigo de sus amigos y de su profesión, tuvo la fortuna de haber recibido una muy buena educación y una sólida formación y ello le situaba en un señorío que mantuvo siempre y que le hizo brillar en el terreno de la vulgaridad que padecemos, cada vez más patente.
Fue muy amigo mío desde que le conocí hace casi cuarenta años, a pesar de la diferencia de edad y doy gracias al destino por haber vivido en su compañía tantos momentos imborrables, a la vez que lloro desde mi ser más profundo su muerte y la desolación que me produce.
Que Dios le tenga para siempre en su gloria, hecha de mar, montaña e ingeniería, en compañía de su familia y amigos.
Pedro Hernández Cruz