Julián José Soto Rico, periodista
Santander, 6 de mayo de 2012
Víctima de un ictus isquémico, el 2 de mayo falleció el periodista Julián José Soto Rico. Logroñés de 1941, inició su carrera profesional en Radio Juventud de Calahorra. Colaboró con múltiples agencias de noticias y fue redactor de los diarios La Voz de Avilés, La Nueva España, Región y El Comercio. Tras pasar por Radio Nacional de España en San Sebastián, entre 1965 y 1982 fue locutor de Radio Popular de Asturias, en Avilés. Dirigió desde 1982 hasta 1992 la emisora de Radio Popular en Santander, para convertirse después en un rostro conocido gracias a su labor en Telebahía.
Periodista todoterreno y trabajador infatigable, su actividad laboral era verdaderamente su vida. Hizo desde crónica política y de las luchas obreras en los años de la Transición, hasta radio-fórmula musical, crónicas deportivas, reportajes por los pueblos... Informó sobre la actividad portuaria y subastó ganado. Utilizando un magnetofón pionero dejó testimonio de una época más optimista que la actual, y auxiliado por un modestísimo transistor narró los goles de un Sporting subcampeón. Conoció el éxito literario ganando, entre otros, el premio Hucha de Plata de relato gracias a 'El reloj de las horas redondas'. Tenía un estilo introspectivo, difícil, algo recargado, buscando al fin la humanidad de sus personajes y toda la compasión posible para ellos. Recibió la Antena de Oro, aunque también vivió el fracaso en la insensata aventura de Telesantander y los largos años de desempleo en los que llegó a vender, con desgana y por necesidad, juguetes.
Tuvo un carácter tranquilo y moderado, también algo gruñón. Soñador y poco práctico, culto y curioso. Presumido, en su juventud le gustó la bicicleta y más tarde la buena mesa, el aire puro, la artesanía, tomar el sol, echarse demasiada colonia y al fin la montaña.
Era mi padre. Una persona buena, dócil por momentos, que se reía para dentro. Quienes le hemos querido quizá tardamos demasiado en saber cómo hacerlo, porque su personalidad introvertida y a veces arisca no lo hacía fácil. Pero tenía un gran corazón, disfrutaba sin que se le conozcan vicios caros y mirando a ese Cantábrico que, como a su propio padre, le hechizaba. Siempre recordaré sus ojos verduzcos, limpios y sin maldad, cuando era capaz de sonreír con picardía y timidez.
Me viene ahora, como un chispazo, la imagen de un barco de juncos atravesados que él creó, cuchillo en mano, un domingo de chuletillas junto al río.
Era un ídolo para mis ojos infantiles, con sus premiadas películas de aquel moderno súper 8 y los viajes a Francia. Después llegó a ser un niño asustado cuando la vida le sacudió sin piedad.
Fue un hombre adusto, de momentos irónicos, de leerle entre líneas y captarle al vuelo, un águila imperial soportando impasible la lluvia, una oscura golondrina que no siempre acertaba a volver. Para mí fue un ejemplo a seguir, aunque reconozco que, en ciertas cuestiones que no vienen a cuento, también intenté reflejarme en él para no seguir sus pasos.
Le molestaba la fama, pero disfrutaba charlando con sus entrevistados. Escuchaba muy bien, eso que es tan difícil.
Hasta el último instante ha seguido haciendo reportajes para televisión y preparando libros sobre monumentos y sobre cementerios. Se volcaba ya más en su vida familiar, y se desvivía por sus nietos Daniel y Rubén.
No deja enemigos, no puede haberlos. Pero sí deja unas botas de montaña que no llegó a estrenar. Lo siento, papá: no tuvimos ocasión de pisar la nieve. Ahora navega, como aquel barco de juncos de mi propia infancia, con buena mar y un ligero nordeste. Descansa en paz.