Maestro de juristas
Reinosa, 14 de abril de 2011
Hace unos días, el jueves 7 de abril, fallecía en Madrid Jerónimo Arozamena Sierra, uno de esos grandes juristas españoles contemporáneos, integrante de una brillante generación de juristas de origen cántabro, que ha desempeñado un papel esencial al servicio del derecho y de la justicia, en los difíciles años de la transición política, y después, tras la consolidación del estado democrático, en los más altos destinos judiciales o académicos.
Su muerte ha sido discreta, como lo fue su propia vida. Trabajador infatigable, su innata inteligencia y su fino sentido de jurista ha quedado plasmado en un sinfín de resoluciones judiciales y dictámenes, y en más de medio centenar de publicaciones científicas, entre artículos y ponencias sobre el ámbito de su especialidad, el derecho administrativo.
Había nacido en Reinosa en 1924, donde su padre fue alcalde, trasladándose años después a Santa María de Cayón. Se licenció en Derecho por la Universidad de Barcelona, y pronto surgió en él su vocación por la judicatura. Tras ingresar en la carrera judicial (1949), inicia su 'cursus honorum' en el Juzgado de Villacarriedo, pasando después, sucesivamente por los juzgados de Castrojeriz, Solsona y Villarcayo. En 1960 ascendió a magistrado de lo contencioso administrativo de la Audiencia Territorial de Barcelona, donde desempeñó las funciones de Magistrado y después, la de presidente de Sala. Y en esa ciudad nacieron y fueron creciendo sus hijos, hasta su traslado a Madrid para ocupar una plaza de Magistrado de las Salas 3ª y 4ª del Tribunal Supremo, y más tarde la de presidente de la Sala de lo contencioso administrativo de la Audiencia Nacional (1977). Ese mismo año fue nombrado subsecretario del Ministerio de Trabajo, cargo en el que estuvo hasta 1978.
Finalizado su paso efímero por la política, posteriormente fue nombrado Magistrado del Tribunal Constitucional, donde coincidió con otro gran jurista cántabro, Manuel Díez de Velasco (+ 20/10/2009), desde febrero de 1980, y siendo vicepresidente del Tribunal desde julio de ese mismo año. Tras su cese en febrero de 1986, dejó la actividad jurisdiccional para dedicar todos sus desvelos a la función consultiva, al servicio del Consejo de Estado, como Consejero Permanente, presidiendo la sección 3ª para asuntos de Interior y Administración Territorial, y por sustitución reglamentaria, la sección 2ª para asuntos de Justicia y Exteriores. De su condición de Consejero Permanente de Estado cesó, a petición propia, y por razones de salud, el 2 de junio de 2009.
Como muestra de su buen hacer profesional, Jerónimo Arozamena fue distinguido con las más altas condecoraciones: la Gran Cruz de la Orden de Isabel La Católica, la Gran Cruz al Mérito Civil, la Medalla al Mérito Constitucional, la Cruz de San Raimundo de Peñafort, y la Balanza de Oro del Ilustre Colegio de Procuradores de Madrid. A todas ellas se añadió un reconocimiento que para Jerónimo tuvo un profundo valor sentimental: en 2007 recibió el Emboque de Oro de la Casa de Cantabria en Madrid, en un emotivo acto en el que arropado por su familia y amigos, se celebró en el Hotel Bahía de Santander, en el verano de ese año.
Jerónimo fue un hombre prudente, moderado, serio y riguroso en sus sentencias, dictámenes y opiniones. En él se reflejan las virtudes y cualidades que debían acompañar al buen juez recogidas en el Código medieval de las Siete Partidas, y que 'mutatis, mutandis', y en un contexto social y político bien diferente, podrían aplicarse a los tiempos que corren: buen entendimiento, «para entender a los que razonaren ante ellos»; sentido común y conocimiento del derecho, «para saber juzgar derechamente»; firmeza, «de manera que no se desvíen del derecho, ni de la verdad»; espíritu de sacrificio y sufrimiento, «para non se quejar»; y lealtad, antes al rey, en aquella sociedad medieval en que se gestó el código alfonsino, y que tiene su traducción en los momentos actuales, en lo que debe entenderse por lealtad constitucional.
Ni que decir tiene que Jerónimo hizo suyos todos esos valores, y que incluso supo acrecentarlos, con su sentido del deber, con su entrega a los demás, y con su compromiso como hombre de Estado, pero siempre desde la discreción, con la misma discreción con que quiso vivir y supo morir. Porque Jerónimo ha sido uno de esos grandes hombres que dejan huella sin estrépito, sin grandes declaraciones mediáticas, sin apariciones públicas, y siempre al servicio de los más altos valores de la justicia y el derecho.
Pese a su pasión por su trabajo durante una larga trayectoria profesional de sesenta años ininterrumpidos dedicados a la noble causa pública, tuvo aún tiempo de dedicar lo mejor de su vida a la familia: a su mujer e infatigable compañera, María Jesús; y a sus cuatro hijos Ángel, Manuel, María Jesús y Cristina; y a sus cinco nietos, a los que adoraba: Jorge, Lucía, Nacho, Manuel y Pablo.
Descansa en paz, querido y admirado Jerónimo. En las Facultades de Derecho, en la Facultad de Derecho de tu tierra, seguirán comentándose tus sentencias y tus dictámenes, y seguirás siendo el modelo y referencia del buen jurista que todos nuestros alumnos aspiran a ser.