Ninia, alcaldesa de Santillana del Mar
Santander, 6 de agosto de 2011
Acabo de volver a Santander desde esta inigualable villa montañesa, conmovido, entristecido y melancólico, las tres sensaciones a la vez, después de asistir al funeral de cuerpo presente, de Doña Blanca Yturralde de Pedro, marquesa de Torralba, pero para todo el mundo que la trató, simplemente Ninía.
He llegado conmovido porque no esperaba su muerte; entristecido porque siempre que un verdadero afecto se desvanece, desaparece, nadie puede evitar un dolorido sentir; y melancólico, por la cantidad de recuerdos llenos de vida que la muerte de la amiga Ninía ha conseguido reanimar en mi ya gastada memoria.
Yo conocí a Ninía cuando llegué a dirigir el museo de Prehistoria de la Diputación de Santander, en 1962, y recibí el encargo como Consejero Provincial de Bellas Artes de la provincia, de cuidar de la conservación de Santillana, uno de los pueblos más bellos de España, según Sartre. En esta primera década de los sesenta, el turismo extranjero iniciaba su empuje por toda España, y naturalmente llegó a Santillana, tanto por el atractivo de las cuevas de Altamira, como por el encanto propio de la villa fosilizada desde el medievo románico (colegiata de Santa Juliana) hasta el barroco palaciego de los siglos XVII-XVIII. Cada año que pasaba aumentaban más los visitantes que con su presencia, corta o larga, obligaban a los lugareños a cambiar sus costumbres y a modernizar sus casas. Surgió así la idea de levantar pisos, cosa que sin duda y en poco tiempo acabaría con el atractivo, a la vez histórico y artístico, de la villa. Aunque nuestras leyes sobre el Patrimonio hacía años que no permitían el destrozo de los viejos edificios, también es verdad que no habían llegado todavía a la sensibilidad de la administración pues, por ejemplo, un buen alcalde de esa época respondió a mis negativas, que ¿por qué Santillana no podía ser como Suances?...
Con la llegada de Ninía a la alcaldía de Santillana, la conciencia y la sensibilidad cambiaron en la administración y en el pueblo. La importancia de Ninía en la conservación del alma y el hechizo de su querida villa, quiero en estos momentos recordarla para que no se olvide y para que conste que, en aquellos años críticos para la permanencia de Santillana como verdadero monumento nacional, hubo quien puso todo su ánimo para poder salvarla, al tiempo que, para reforzar el poder del ayuntamiento, planteó al Patronato de Altamira, un pleito que afirmaba la propiedad indiscutible que sobre las cuevas tenía el concejo que ella gobernaba. El litigio fue defendido por nuestro eficaz profesor Dr. Eduardo García de Enterría, y por ello Ninía dejó a su ayuntamiento una herencia anual de varios millones de pesetas que hasta ahora, creo que sigue recibiendo.
Son muchos los beneficios que durante la alcaldía de Ninía obtuvo su pueblo, al que amó y el que recíprocamente, la quiso.
Los tiempos pasan y las oportunidades son esquivas. Santillana sigue siendo Santillana, a pesar de los cambios que le hacen el más bello mercado del mundo.
Pero yo sigo añorando aquel Santillana que yo viví con Antonio Niceas en las Clarisas, y Ninía como alcaldesa. A ambos yo les deseo su verdadero triunfo y espero que me esperen.