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Una persona extraordinaria

Santander, 6 de mayo de 2011

Una persona extraordinaria

El inesperado fallecimiento de María Cruz ha ocasionado una viva punzada de dolor a sus amigos y a la comunidad escolar del IES 'Santa Clara'.

Todo en ella era (¡qué duro el emplear ese tiempo verbal!) profundo, serio y riguroso en su saber sobre los textos literarios, en los argumentos que esgrimía, en su infatigable entrega a las tareas docentes y administrativas desde la Jefatura de Estudios, en la lealtad que irradiaba en sus relaciones personales y en la honradez y pulcritud inherentes a su vida.

Licenciada en Filología Clásica por la Universidad de Barcelona y profesora de Lengua y Literatura Española, lingüista a la moderna, especialista en todos los recovecos del lenguaje, se esforzaba en facilitar a sus alumnos la visión general, tan necesaria, de su asignatura sin ceder a lisonjas ni reduccionismos. Sí, M.ª Cruz se ajustaba como nadie a la clásica definición, 'vir bonus docendi peritus'.

En cuanto a su actividad en el Instituto, educar significó para ella la difícil tarea de conocer, a la vez que ayudar, al alumno para que fuese él mismo. Por eso practicaba la comprensión mientras ejercía su influencia positiva, exigente y respetuosa en aquellas capacidades del alumno todavía no desarrolladas. Su cumplimiento del deber era legendario.

Pero lo que caracterizaba a María Cruz no era su erudición, que la tenía (porque los conocimientos no garantizan la bonhomía), sino el ser una de las mejores personas que hemos conocido cuantos tuvimos el honor de tratarle y gozar de su amistad, pues siempre se movió por los cauces del civismo, el respeto, la prudencia y la generosidad.

Felizmente casada con Martín, y con dos hijos, Marta y Abel, mis antiguos y apreciados alumnos, y ya con nietos, enfermó. Sus amigos de siempre -Reino, Germán, Anselmo, Virginia, Pilar Berián, María Victoria, C. Argüelles- y otros más recientes, como Silvino y Eduardo, nos preguntábamos qué era lo que hacía de ella una persona extraordinaria; quizá su bondad mezclada con su exquisita educación, su inteligencia, su capacidad de escuchar, su entrega a los demás, su esperanza ilimitada. Y luego, una vez consumada la despedida, reintentamos darle una respuesta definitiva a esa pregunta que nos había perseguido años. En vano. No supimos definir su secreto y no lo sabremos tampoco ahora que ha tenido un destino no distinto del nuestro pero sí más temprano.

Se nos fue. Nos deja una honda pena y el consuelo de que el día en que crucemos el mítico Leteo la encontraremos en animada conversación junto a don Antonio Bueno, Román, Mañero, J. Jiménez, Dionisio, Demetrio, Orestes, Lolita, Mercedes, y Gloria ¡Qué excelentes profesores se nos han ido! ¡De qué modo honraron y ornaron el «Santa Clara», el Instituto de Santander!